lunes, 30 de junio de 2014

Curiosidades de la cultura japonesa



Viajar a Tokio resultó millones de veces más complicado de lo que pensé… No por las largas horas que implica el vuelo, ni por dinero que hay que ahorrar, –como dicen las abuelas: eso va y viene–. El problema esta en cometer el error más estúpido: perder el vuelo. Es mucho más complejo y terrible de lo que pensé. Jamás me había pasado y mira que he llegado como “Mi pobre angelito” al aeropuerto: derrapando.
Ningún error a lo largo de mi vida me había costado tanto dinero ni me había hecho sentir tan crucificada. Sin afán de exagerar: envejecí cinco años con tanto estrés. Ese terrible momento en el que me acerqué al mostrador de manera inocente para preguntar si me daba tiempo de ir a comprar un sándwich; cuando oí: “¿de cuál vuelo?”, desde ahí no me sonó nada bien. Después continuó la terrible frase satánica: “ése vuelo ya se fue hace un rato.
Sentí un vacío, un miedo y un coraje poco común. Todos nos encariñamos mucho con los viajes; cuestan mucho trabajo para dejarlos ir con dignidad y resignación. Así que hice lo que es de esperar: lloré sin parar en el aeropuerto. Me sentía desolada. Y una hora después de meditar el asunto compré otro vuelo que salía en seis horas. Me valió, me endeudé, pero no podía abandonar mi sueño japonés. Todo, absolutamente todo valió la pena. Japón es otro planeta. Jamás había sentido algo tan especial al visitar otro país. Allá es un lugar completamente distinto. Y para que se den un idea del contraste cultural he decidido hacer un listado con las curiosidades japonesas que se cruzaron en mi camino. Espero las disfruten:




Los escusados tienen calefacción y música. No he visto ni un solo perro, todos tienen gatitos. Las mujeres son guaperrimas, pero no he visto un solo guapo. Todos son limpiiiiisimos pero tienen los dientes fataaaaales. Absolutamente todo es miniatura: la comida, las personas, los bares y las calles. Todo tiene caritas y muñequitos, hasta las coladeras. Al igual que en NY después de las 10 de la noche el metro completo apesta a chupe y todos van ahogados. Muchísimas mujeres usan cubrebocas todo el tiempo como una forma de respeto y protección: así viven. Ninguna bici tiene candado. Los niños andan solitos por la vida, –de que visto muchos niños de 6-8 años en el metro–. El uno por ciento habla inglés y muy malo. No se acostumbra dar propina, de hecho la consideran una ofensa. Muchísimas tiendas, incluso las grandes, tienen a un empleado gritando cosas afuera para jalar más gente. Los ciclistas andan por encima de la banqueta y no son muy corteses que digamos. No he oído un solo claxon. Las adolescentes se toman selfis todo el tiempo. Amanece a las 5 de la mañana. Y absolutamente nadie se besa en la calle. Se puede fumar en restaurantes pero no en la calle; para ello hay áreas asignadas. Las servilletas están enceradas, si es que hay, casi no se acostumbran. Los chichifos tipo zona rosa tienen el pelo decolorado y corte de Dragon Ball. En Tokio se puede beber en la calle. En lo que va del viaje no he visto o olido una sola vez un porrito, supongo que no es común fumar mota en las calles. Los japoneses dicen “arigatos gozaimas” para todo; te dan las gracias aunque no tengan que dártelas. Aman emborrachar en domingo. Son puntuales de una manera impresionante. La publicidad de alcohol está encabezada por mujeres, no por hombres, como acá en México. Se ven más sombrillas cuando hay mucho sol que cuando llueve: se protegen exagerado de quemarse; todos son muy blancos. Irónicamente he visto más whiskys que sakes. Los camiones de transporte publico bajan la suspensión de lado izquierdo cada vez que paran para que sea más fácil bajarse (detallazo) y cada asiento tiene un botoncito para avisar cuando quieras bajar. En Kioto hay muchísimas más personas que hablan inglés que en Tokio. Contrario a lo que se piensa: usar el metro es facilísimo. Todos los restaurantes tienen en la entrada maquetas de sus platillos para que sepas qué es lo que pedirás. Quedé muy impresionada con la dentadura de todos: algunos hasta podridos tienen los dientes; lo juro. Los meseros gritan cuando alguien entra a su restaurante como una especie de bienvenida. Todo el mundo se viste impecable: no he visto uno solo par de zapatos sucios. Ningún edificio está pintado: todos están cubiertos de mosaicos. Las tiendas más mamonas están en las estaciones de metro, o cerca de ellas. Jamás vi un baño publico o privado sucio, todos están impecables. En las sex shops venden calzones usados con la foto de la chava que los utilizó para la banda fetichista. En Akihabara (la estación de metro donde está el planeta de los comics) hay anuncios en las escaleras eléctricas que dicen: “cuidado con los nerds que toman fotos por debajo de la falda” (btw es un lugar idealizado, es como un Meave horrendo, no está padre). Se usa mucho coordinarse con la mejor amiga, se ven muchas mujeres vestidas iguales o con el mismo color y corte de pelo, así de BFF, -gemela Ivonne e Ivette-. Vi poquísimos gordos, todos son delgadísimos: la clave está en sus porciones, sus platitos son miniatura. Las japonesas aman los sombreros: hay muchas tiendas de y tienen modelos hermosos; de hecho la mayoría de los uniformes de escuela y de servicio llevan sombrero, se ven muy elegantes. Todas sus cervezas son deliciosas, me atrevería a decir que las más ricas que he probado. No vi más que a dos personas tatuadas, nadie está tatuado y de hecho en muchos onsens no aceptan gente tatuada; lo asocian a la mafia japonesa. Los taxis abren y cierran sus puertas en automático, al igual que todas las demás puertas de Japón, hasta la de la tiendita más pequeña. En el metro hay un área asignada para viejitos y ahí está prohibido usar el celular como una forma de respeto. En las demás zonas tiene que estar en modo “silencio”. Qué contrastes, ¿no? — Espero les hayan gustado mis observaciones. Para mí es un placer compartir.














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